¿Cuantos años vive un loro? Tal vez los papagayos sean las aves más longevas que existen. Aunque todavía hay discrepancias sobre cuánto puede llegar a vivir un guacamayo o una cacatúa, parece claro que en comparación con otras aves las psitácidas tienen vidas increíblemente largas. No es un capricho de la naturaleza, sino una característica surgida de la selección natural que tiene su explicación evolutiva.

¿Cuantos años vive un loro guacamayo?

Los más optimistas dirán que pueden alcanzar el centenar de años, aunque hay quien asegura que las cacatúas de las Molucas viven más. Incluso los defensores de los amazonas sostienen que éstos son más longevos que los guacamayos. Algunos tabloides británicos vienen alimentando la idea de que Charlie, el guacamayo (por cierto, una hembra) que compró Winston Churchill en 1937, sigue vivo y vociferando insultos contra los nazis, habiendo sobrepasado ya los 105 años de edad. Pero todo esto parece poco creíble. Otras opiniones algo más realistas y seguramente mejor informadas aseguran que los loros difícilmente llegan a superar los 70 años. Los seguimientos que se han hecho en la naturaleza de guacamayos anillados parecen indicar que los individuos en libertad no suelen sobrepasar los 30 o 40 años. Para aclararse en este batiburrillo de opiniones, lo primero es distinguir dos conceptos fundamentales: el primero es la longevidad. El segundo, la esperanza de vida. Veamos ahora el primero.

Longevidad de un loro y estrategias reproductivas.

Para responder a la pregunta de cuantos años vive un loro, tenemos que analizar dos factores. El primero, es la longevidad de un loro. La longevidad es una edad límite hipotética que poco tiene que ver con la esperanza de vida media que la especie tiene en la vida real. Cuando especulamos sobre la longevidad de una especie estamos calibrando hasta dónde puede llegar en edad un individuo tipo de esa especie que se mantenga en condiciones de ausencia de predación, de accidentes y de enfermedades. Sería cuestión de saber, en caso de que se pudiera mantener durante toda su vida en condiciones óptimas, a qué edad es normal que le sobrevenga una muerte natural en el final de su fase de senescencia. Conocer la longevidad de una especie es importante para conocer su ciclo vital. Los organismos, en general, tienen ciclos vitales radicalmente distintos, y tal diversidad es una muestra de la capacidad de la selección natural para permitir vías diferentes para el éxito reproductivo. Los hay que usan la llamada estrategia de la (numerosa progenie y nula inversión parental), y los que, por el contrario, tienen su naturaleza adaptada a la estrategia de la (escasa progenie pero con gran inversión). Vaya un ejemplo de la primera: un pequeño pez hembra puede poner varios miles de huevos que después de ser fecundados por el macho dan lugar a toda una nueva generación de pececillos que se las habrán de valer por sí solos, siendo muy elevado el porcentaje de los mismos que perecerá bajo las fauces de otros animales marinos de mayor tamaño. Los padres, poco después de soltar los huevos y fecundarlos, mueren, pues ya han cumplido su cometido biológico; habrán dejado a su suerte una nube de huevecillos de los que sólo unos pocos llegarán a eclosionar, sobrevivir y reproducirse. Es una manera de hacer las cosas que podría resumirse así: «ten muchos hijos y no te preocupes por ellos, ya sobrevivirán algunos». La segunda estrategia, la «de la K», es la de la mayoría de los mamíferos y las aves de gran tamaño: tener muy pocos hijos, pero invertir en el esfuerzo en cuidarlos y protegerlos durante un prolongado tiempo de crianza para asegurarse de que llegan a la edad adulta y se puedan reproducir. Es algo así como proponerse lo siguiente: «ten pocos hijos, pero trabájate a fondo sus cuidados para que sobrevivan todos ellos». Los orangutanes, chimpancés, gorilas y humanos compartimos esta estrategia. El resto de los primates no alcanza un extremo tan claro como los citados, pero digamos que están bastante cerca de esta estrategia reproductora. En las aves ocurre tanto de lo mismo: las más pequeñas tienen más hijos que las grandes, pero los cuidan menos tiempo.

Longevidad en papagayos

Si nos ceñimos a las aves de la familia de las psitácidas, podemos comparar las prolíficas puestas de los pequeños periquitos comunes (hasta 8 huevos por nidada, con varias puestas al año) con las puestas muy reducidas de las grandes cacatúas o los guacamayos (uno o dos huevos, cada dos o tres años). Los periquitos no son como los peces y, por ello, en el amplio espectro que va desde los ideales extremos de la estrategia «de la r» a la «de la K», se sitúan mucho más cerca de esta última, pero todavía algo lejos del extremo. En el extremo de verdad se situarían algunas cacatúas o el guacamayo jacinto, que tienen un ciclo vital más lento, son grandes y pueden tener pocos hijos a lo largo de su vida. La estrategia reproductiva es algo que nos puede ilustrar la pregunta que encabeza este artículo. Pero es una pregunta a la que, ahora lo sabemos, tendríamos que añadir, después de la palabra «loros», el apelativo «de gran tamaño». Y es que un periquito común tiene un ciclo vital relativamente corto, puede tener muchos hijos y los da por emancipados al poco de salir del nido. Por el contrario, un guacamayo jacinto tiene pocos hijos, los alimenta durante cinco meses y tarda más de un año en emanciparlos por completo; su ciclo vital es largo. El periquito llega a vivir 10 o 12 años, mientras que el guacamayo jacinto… tal vez no exageremos si decimos que puede aproximarse mucho a los setenta. Las especies de papagayos grandes o de tamaño medio que pueden llegar a vivir muchos años necesitan tiempo para invertir en esfuerzo reproductivo: no sólo poniendo huevos e incubándolos, sino alimentando a los pichones, enseñándoles a valerse por sí mismos seleccionando el alimento, integrándose socialmente en la bandada e incluso orientándose espacialmente en su medio circundante. Por si fuera poco, a la mayoría de estas especies la naturaleza las ha dotado de una capacidad extraordinaria para imitar vocalizaciones complejas de su propio repertorio como especie y de otras especies vecinas. Estas aptitudes vocales las tienen que aprender los individuos juveniles para, de adultos, marcar territorio o cortejar; sólo en contacto estrecho con los progenitores durante una larga infancia podrán asimilar tales capacidades. Si selección natural ha favorecido en estos psitácidos la infancia prolongada, la maduración sexual tardía y la longevidad es porque la capacidad reproductiva sale ganando con ello. Es decir, se optimiza. Esto parece obvio, pero hay algo más.

La presión ambiental

En teoría, los biólogos evolutivos suponen que un ambiente hostil condiciona la distribución de los recursos productivos de las hembras incrementando la inversión en cuidados parentales. Esto quiere decir que cuando las condiciones del entorno hacen la supervivencia más difícil, las hembras tienden a evolucionar hacia una producción menor de óvulos y un mayor esfuerzo en la crianza. Y es que la selección natural es implacable: por muchos hijos que se tengan, si están poco atendidos, si no son vigilados y protegidos durante toda la primera fase de sus vidas, sucumben rápidamente ante los depredadores; en las poblaciones de psitácidos en las que ocurrió esto en el pasado, las variaciones mutantes que protegían durante más tiempo a los hijos fueron las que alcanzaron mayor éxito reproductivo y acabaron imponiéndose: eran individuos de mayor tamaño, de maduración más retardada y vivían más años. Parece que los grandes psitácidos han recorrido este camino evolutivo llegando más lejos que otras familias de aves. Podemos verlos, por tanto, como padres de larga duración: la dedicación que los papagayos muestran hacia sus hijos es la manera de compensar su escasez reproductiva. Y así, cuanto más tiempo vivan, más veces pueden repetir un ciclo reproductivo tan lento y trabajoso. Así pues, la longevidad es algo directamente relacionado con la presión ambiental, que conduce a la larga hacia una elongación del ciclo vital. Pero quizá lo más curioso de todo es que está también relacionada con la inteligencia: las aves y mamíferos más longevos son aquellos que, por depender las crías durante más tiempo de sus padres, tienen oportunidades para aprender de ellos más cosas. Los instintos de los que están dotados se completan con las habilidades aprendidas de los progenitores, ampliándose así sus capacidades cognitivas. Un animal de larga vida puede, además, recordar lugares en los que hay fuentes de alimento o de agua y servir de guía a otros coespecíficos más jóvenes de su bandada. El caso de los elefantes ancianos es muy conocido. No hay evidencias claras de esta conducta entre psitácidos, pero es razonable suponer que, en entornos cambiantes, estos animales utilicen la memoria de su experiencia pasada en provecho propio. En tal caso, los individuos de más años servirían (sin proponérselo) de guías para los demás haciéndose imprescindibles en el grupo.

La esperanza de vida de un loro

La esperanza de vida es el otro aspecto necesario a analizar para responder a la pregunta de cuantos años vive un loro. Las condiciones de vida en la naturaleza no son fáciles. Los depredadores son muchos (águilas, halcones y otras rapaces, boas, mamíferos trepadores…), y en las últimas décadas la pérdida paulatina de hábitat, sumada a la fuerte presión ejercida por los captores humanos, hacen más difícil la supervivencia. Probablemente nunca sabremos si hace algunos milenios los loros vivían más tiempo, pero hoy por hoy da la impresión, como hemos anticipado al comienzo, que los más longevos no sobrepasan los 30 años. Apenas se ven loros ancianos en la naturaleza. En cautividad, sin embargo, a pesar de que no hacen mucho ejercicio físico tonificante disponen muchos de ellos de una alimentación variada y equilibrada, además de estímulos psíquicos que los mantienen en excelente estado de salud. Los loros de compañía sobreviven a menudo a sus dueños y pasan a la siguiente generación de cuidadores humanos. Lo normal es que un loro anciano haya vivido a lo largo de su vida en múltiples hogares. Los loros ancianos conocidos de las especies más longevas tienen entre 50 y 70 años, pero hemos de admitir que aquí hay un experimento en marcha. ¿Cuántos loros ancianos habrá en el año 2050? Seamos optimistas. Viendo el nivel de información y la creciente afición responsable hacia los loros que se ha vivido en una década en los países industrializados, cabe vaticinar que en las próximas décadas van a mejorar las condiciones de cautividad para millones de loros que viven en hogares humanos y criaderos. La higiene, la alimentación, los cuidados sanitarios y el enriquecimiento ambiental están siendo cada día más asumidos por mayor número de propietarios. Al menos… de momento. Si esto sigue así y realmente sigue habiendo con el tiempo mayor conciencia sobre los exigentes requerimientos de estos animales, para mediados del presente siglo se podrá comprobar (por desgracia, algunos ya no lo veremos) si la longevidad de estos animales se aproxima o no al centenar de años. Será entonces cuando tal vez se cumpla el sueño de que la longevidad de los loros y su esperanza de vida coincidan.

por Francisco Lapuerta